viernes, 22 de febrero de 2013

Una tienda de antigüedades

Jamás visite alguna, aunque si viajar a través de letras se puede definir como una visita, lo hice. Visité una tienda aquel día o aquellos días que me perdí en París en una pequeña tienda de antigüedades, la imagine tantas veces y repase tan detalladamente cada una de sus paredes y esquinas que he llegado a pensar que realmente he estado allí. Anoche vivía de una, pero fue solo en un sueño.

La familia completa termino involucrada en lo que empezó en uno de los lugares, quizá, más escondidos de la ciudad. Empezamos un verano, el local era un pequeño lugar con pocas cosas que íbamos adquiriendo día a día y que poco a poco vendíamos. Solo eramos tres amigos.

Aún recuerdo el primer día en la calle Mariscales, finalizamos siendo treinta y cinco. Todos veíamos como la tienda se poblaba tanto de personas como de objetos de todos tamaños y algunos tan antiguos y extraños que apenas cabían en la imaginación de algunos, incluso en la mía.

La calle Mariscales era una de las calles principales de la cuidad, todos y todas caminaban o pasaban por allí solo para admirar los hermosos y mágicos edificios sacados de cuentos o historias de algún pintor, o eso se pensaba. Algunos simplemente caminaban, otros entraban a ver algo en alguna de las sofisticadas tiendas de ensueño, era como estar en París  Venecia y Nueva York al mismo tiempo, una combinación de antigüedad, estilo y modernidad en un pedacito de ciudad.

La tienda abrió aquel lejano día de abril, empezamos con lo poco que teníamos en el viejo local, la habitación se veía vacía, pero conforme avanzo el día todo cambió. Abrimos a las ocho treinta, recuerdo haber sido yo quien levanto la persiana de la puerta, era tan ancha, tan grande que desde adentro podía ver todo lo que pasaba por la calle, algo hermoso y mágico.

La tienda era mágica. ¿Qué pensarías si te dijera que cada vez que alguien asomaba su mirada por la tienda, esa mirada tenía el poder de traer a la tienda aquello que ese alguien imaginaba que debía estar allí o que le gustaría encontrar? Así fue como la tienda se lleno de artículos hermosos, mágicos. Así fue como vos apareciste, supongo.

La tienda estaba completamente llena de personas y antigüedades que iban y venían, la noche empezaba a caer y la tienda empezaba a iluminarse con pequeñas luces que la pintaban de un blanco brillante que se encendía y apagaba como las luciérnagas perdidas entre las hojas de los árboles, y bajo el más frondoso me encontraba yo, recostada sobre el tronco del enorme árbol, esperando, observando, las luces, las estrellas y el va y viene, el movimiento en sí. Esperaba por vos. Y así apareciste, junto a mí, con tu sonrisa de siempre y el brillo de tus ojos marcado por la felicidad de un instante, como un haz de luz. Me abrazaste, me viste a los ojos y me besaste. Me aleje sin decir nada y me perdí entre la multitud.

No sé como es posible huir de nuestros deseos, de aquello que queremos cuando llega, pero lo hice. Huí.

Al cerrar la tienda solo quedamos los treinta y cinco, ya no eramos más solo tres, te veo acercarte, lentamente, tranquilamente, me pierdo en el suave roce de tu piel, de tus labios, me pierdo en tus besos.

No puedo evitar recordar ese momento, un momento que quizá jamás sucedió. Cierro las puertas y la vista de Mariscales se apaga lentamente en la noche fría, la brisa corre y juega con las hojas que caen siguiendo la sinfonía de un claro de luna, observo a mis padres sonreír y ser felices mientras suben al auto algunas cosas que hay en la tienda. Los gritos de alegría interrumpen mis pensamientos y acaban con el día.

La tienda es solo un sueño al que pertenezco, en el que quiero quedarme porque prometiste antes de marcharte, regresar cada vez que lo deseara, dijiste que nos encontraríamos acá, en este lugar, bajo las estrellas, bajo este hermoso árbol, testigo de nuestro amor, testigo de mi amor porque sos solo el deseo de mi corazón que con la ayuda de está mágica tienda te trae a mí.

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